LA 2DA. FERIA DEL LIBRO DE
AUTORES - 2014
Pompas de
papel
Rómulo cree que estas ferias, como la que acaba de organizar Elías Blanco, son más lindas que ninguna
La Razón
(Edición Impresa) / Por Ricardo Bajo Herreras
23 de
julio de 2014
Con
donaire desgarbado, Rómulo Balsa seduce a sus potenciales compradores. Alto,
despeinado y todavía con los efectos de la verbena paceña dibujados en el
rostro, acaba de estirar en la mesa —que de aquí en más se llamará puesto— seis
libros de cuentos. Tiene un ch’aqui fulero y el sol paceño de invierno cae
irremediable sobre el mediodía de Villa San Antonio Bajo. Ha llegado tarde
—como siempre— a la II Feria de Autores, organizada por el activista Elías
Blanco Mamani, y es el único que se ha perdido la foto que sale al día
siguiente en el periódico. El poeta tarijeño Jorge Campero también arrastra su
resaca; de tan paceño que es se ha bebido la verbena entera él solito la noche
anterior.
Al
puestito de Rómulo llegan dos chicas. Una de ellas se llama Cinthia. Rómulo no
la reconoce, tiene una memoria pésima, que se exacerba cuando se bebe él solito
la verbena, de tan paceño que es. Es una vieja compañera de un periódico que
estaba en Villa Fátima. Ya ha comprado varios libros, así que le deja sus dos
cuentos en 60 pesitos nomás.
Gradas
más arriba, Manuel Vargas vende como pan caliente. A cada comprador le dedica
el tiempo preciso, como debe ser. Sus Cuentos Tristes bien bonitos son.
Promociona incansable sus obras y las de otros colegas. Y sigue vendiendo.
Alejandro
Canedo Peñaranda, inexplorado músico paceño, no se despega de Camperito. Ni de
día ni de noche. Ha presentado su primer Poemasesino (así, todo junto) en el
célebre Bocaisapo, tugurio bohemio donde no croan sapos, sino poetas que beben
de las fuentes de la madrugada. Jaguar Azul editores es el sello que también se
estrena.
“Tendido
a la hora que no has de recordar / mosca muerte en el cenicero / ¿Dónde
dormiste la última de tus borracheras?”. Así termina el poema “Trágame bar” de
Canedo. La tapa del libro es de Gonzalo Llanos. Más conocido por los cuates
como Golla, es uno de los firmes en la placita, ésta que ha visto pelear a los
vecinos de San Antonio Bajo contra los tractores despiadados del alcalde
stronguista para defenderla. Golla ha vendido ya 15 de las coquetas ediciones
independientes de sus microcuentos hermosamente ilustrados. ¿O son
ilustraciones hermosamente contadas?
Desde su
puesto, Rosario Aquim remata sus libros de poesía erótica para “heterosexuales
o lesbianas”, al gusto del cliente. Más allá, escritores jóvenes venden sus
fanzines a diez pesitos y no faltan publicaciones de esoterismo y ovnis junto a
clásicos literarios, de ayer y de hoy.
Por la
feria caminan dos viejos amigos, Ponchis y el Varguitas. Le preguntan por el
precio de un libro de Sinclair Thompson al Golla. “Estos libros son del Baúl
del René. Si fueran míos, te rebajaría fija”. Cuentista uno, ensayista el otro
han caído a la feria convocados por el esporádico rito de la cofradía de las
letras.
En el
corazón mismo de la plaza, rodeada por puestos de verdura y fruta sobre el
piso, correteando bajo un sombrero de ala ancha, el motor imparable de la
fiesta saluda cariñoso a quienes llegan. El capo Elías no solo ha reunido
escritores y lectores, sino también invita un almuerzo a los primeros en El
Museo del Aparapita, sobre la colina.
El
Ayatolá Quino y Asterix parecen salidos de una película de Felini. Después de
la comida, se toman unas chelas frías. Hablan de la copucha literaria, de
noches farreadas y “prima donnas” y de las viejas ferias ochenteras. En ésas no
había almuerzo ni fanzines, pero sí metralla, té con té y rebeldía. A ratos,
Rómulo cree que estas ferias son más lindas que ninguna. En las comerciales,
una de ellas se alista en diez días, pareciera que venden solo pompas de papel.
Los
cuentos del puestito de Rómulo han desaparecido. Tiene 200 pesos en el bolsillo
y el almuerzo solucionado. En el Aparapita, el ch’aqui fulero le exige una
chela, dicen que ese es el mejor remedio para los autores desgarbados.
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